El Jardín Botánico fue fundado por Jules Charles Thays quien había venido de Francia y había ganado el concurso para ser el director de Paseos en 1891, es decir, tenía a su cargo todas las plazas, todos los espacios verdes de la Ciudad. Necesitaba un lugar donde hacer aclimatación de especies y, además, poder mostrarles a los vecinos y visitantes todas las plantas posibles de todo el mundo. Era como una enciclopedia viva, abierta para la gente.
Hoy en día un Jardín Botánico es otra cosa. Tiene otro concepto. Su rol central es el de la conservación de biodiversidad que los rodean. El nuestro es un caso particular porque es un jardín histórico, y nosotros tratamos de conservar aquella idea enciclopedista de fines del siglo XIX, de tratar de mostrar todo lo posible
En ese predio de forma triangular, limitado por las avenidas Santa Fe y Las Heras y la calle República Árabe Siria hay alrededor de 900 especies de árboles, con muchos más ejemplares al aire libre. “Tenemos unos 1.800 árboles –calcula-. Pero además tenemos palmeras, especies para alimentar mariposas; tenemos cactus y crasas, las crasas son de distintos lugares del mundo y los cactus son endémicos de América; tenemos una colección de bromelias, también endémicas de América; y una colección de helechos. En total, tenemos unas 2.000 especies vegetales”, enumera.
La existencia de un Jardín Botánico es importante para la ciudad de Buenos Aires. “Primero,ambientalmente, porque aunque no es muy grande como jardín botánico, sí tiene el tamaño suficiente como sumidero de dióxido de carbono: tenemos un gran potencial de retención de toneladas de CO2 en la madera de nuestros árboles. Segundo, un jardín botánico concentra el conocimiento sobre las especies vegetales. Es el abrevadero donde debieran ir todos los funcionarios y toda la gente que busca conocimiento en la materia. Tenemos la práctica y el conocimiento científico sobre ellas y su conservación”, explica Graciela.
«Un jardín botánico concentra el conocimiento sobre las especies vegetales». (Graciela Barreiro)
Del Jardín Botánico no hay que perderse ningún lugar, aconseja Barreiro para quienes lo quieran visitar. Y describe: “Hay un área muy botánica, donde las plantas están organizadas por familias, un área de bosque argentino, que es la parte más amplia, donde están las especies del bosque templado de todo el país, tanto del Chaco seco, como de la Mesopotamia, como del NOA (no podemos tener de Patagonia por una cuestión climática), y la parte de Los Cinco Continentes donde están los árboles de todo el mundo de zonas templadas. Es la parte más baja vecina a la avenida Las Heras, en la esquina con República Árabe Siria, un lugar bellísimo surcado por estanques con agua que corre. Los tres lugares hay que recorrerlos. Tenemos además dos pequeños jardines de estilo, uno el romano y el otro el francés, pensados por Thays en su momento. Y tenemos además un patrimonio cultural muy importante de unas 28 o 29 esculturas”, señala Barreiro.
Cada escultura tiene un código QR que, escaneado, informa al visitante el nombre, el autor de la obra, el año, si es un original o una réplica y la historia de su construcción. Por ejemplo, La Saturnalia, ubicada detrás del edificio principal, una de las esculturas que más conmueve a Barreiro, y cuyo original pudo conocer en la Galería de Arte Moderno, en Roma.
Proyectos federales de conservación
Los jardines botánicos suelen ser una pata de apoyo muy importante para los proyectos de conservación y de restauración de áreas degradadas. Sobre todo en zonas muy antropizadas, ya sea por la urbanización o por la intervención económica de los humanos, que tiraron abajo lo que había para plantar cosas nuevas, en “un avance de la frontera agropecuaria”.
El Jardín Botánico tiene en marcha dos proyectos federales de conservación. Uno está en el Delta del Paraná. “Es uno de nuestros objetivos de restauración en una zona de reserva del Municipio de Tigre. Ellos están muy felices de que hayamos trabajado allí. Es un trabajo demostrativo de unos 4 mil o 5 mil metros cuadrados de limpieza de especies exóticas y plantación de árboles nativos, que es lo que nosotros mejor conocemos. Todas las plantas fueron criadas acá y se llevaron en camiones y lanchas a la zona de reserva en el Delta, sobre el arroyo Rama Negra. Ya pasaron tres años desde que empezamos y los árboles ya me pasaron en altura. Así que estamos muy felices de haberlo conseguido”, dice Barreiro con orgullo.
El Jardín Botánico tiene en marcha dos proyectos federales de conservación
El otro proyecto está en la provincia de Tucumán, en el Jardín Botánico de Orcomoye, que pertenece a la Universidad Nacional de Tucumán, y consiste en la recuperación de un área de aproximadamente 5 hectáreas. “Hemos hecho una limpieza total del ligustro, una especie muy invasora que es un problema muy grave en todo el país, y en particular en la Selva de las Yungas. Estamos eliminando esa especie y otras como la morera y el níspero, también invasoras, y en su reemplazo plantamos especies nativas de la zona, del pedemonte de la Selva de la Yungas. Está dando un gran resultado. Nos encanta trabajar con otras jurisdicciones: que la Ciudad salga con su trabajo hacia el país”, explica.
Nativas, exóticas, invasoras y cambio climático
Cuando sale del Jardín Botánico, Barreiro tiene una postura tomada respecto de la existencia de especies nativas y exóticas en las calles y parques de la Ciudad.
Ella fija su postura: “Yo defiendo la existencia de todas las especies: las nativas y las exóticas. Las dos tienen habilidad para adaptarse. Partamos de la base que no había nativas de la ciudad cuando llegaron los colonizadores. Sólo algunas especies arbóreas en las riberas del río y más adentro era todo un pastizal. Si la ciudad respondiera a aquel ecosistema sería aburridísima: no tendríamos árboles y sería todo pasto. Creo que tenemos que tomar de la Naturaleza lo mejor que nos da. Ya es tarde para sacar a todos los extranjeros de las tierras. Lo mismo pasa con las plantas. No podemos llevarnos a todas las plantas exóticas y poner nativas. Sería un trabajo imposible de terminar en toda la existencia de la humanidad”. Pero advierte: “Sí hay que tener mucho cuidado y prestar mucha atención, en no usar nunca especies invasoras. Por ejemplo, el ligustro tiene que estar prohibido en los jardines, en las ciudades, en todas las plantaciones. Yo sé que es difícil eliminarlos porque hay por todos lados. Incluso en nuestra colección tenemos uno que estamos pensando en sacarlo. Con la ligustrina, los nísperos y las moreras pasa lo mismo. Eso en cuanto a especies arbóreas.
«Hay que tener mucho cuidado y prestar mucha atención, en no usar nunca especies invasoras». (Graciela Barreiro)
Hay herbáceas que también son invasoras. Y el combate es muy difícil. Las invasoras se adaptan muy bien, son muy resilientes, y contagian todos los terrenos cercanos. Vos me dirás, de acá a la avenida Santa Fe no va a cruzar ningún ligustro. Pero viene un pajarito toma la semilla y se la lleva a la Reserva Costanera Norte. Y ahí crece el ligustro donde no debiera. En conclusión: eliminar y no usar nunca más especies invasoras; y no ser talibanes de las especies nativas”.
El otro problema importante que señala Barreiro es la migración de plagas debido al cambio climático. “Los insectos no pueden regular su temperatura corporal. ¿Entonces qué hacen? Cuando en un lugar hace demasiado calor migran hacia lugares más frescos. Las plagas que afectan a Brasil y al Norte de Argentina están migrando hacia zonas más templadas, incluida la ciudad de Buenos Aires, causando destrozos”, razona.
Una tendencia mundial
Uno de los edificios emblemáticos del Jardín Botánico, ubicado frente a la entrada de avenida Santa Fe, fue construido en 1875 y originalmente albergaba la Dirección Nacional de Agricultura, que ahora está en la avenida Paseo Colón. El terreno a su alrededor era un campo experimental y algunos de los ejemplares de entonces quedaron en pie y son los árboles que hoy se pueden apreciar en el predio.
En ese edificio está la oficina de Barreiro quien antes de volver a sus tareas deja una reflexión para los vecinos: “Si lográramos al menos que los vecinos no dañen los árboles, daríamos un gran paso. Yo no pretendo que se enamoren del árbol que tienen en la vereda, pero si logramos que no lo lastimen, sería muy importante. También si logramos que las nuevas obras se diseñen de manera tal de no tocar los árboles. Porque no se compensa sacar un ejemplar añoso para poner tres arbolitos pequeños. Hay una tendencia en todas las ciudades del mundo a conservar con mucho celo los árboles antiguos. Porque son los que conservan el carbono en su estructura. Y si nosotros los eliminamos todo ese carbono vuelve a la atmósfera. ¿Qué pueden hacer los vecinos? Conservar los tamaños de las planteras. Un árbol de mediano a grande necesita una buena plantera, de un metro de lado por lo menos. Si hacemos la vereda nueva o pedimos que la hagan, no ahoguemos al árbol con cemento. Porque ese árbol, o va a morir o en su intento de sobrevida va a romper toda la vereda. Entonces el vecino se va a quejar con el gobierno. Es un círculo vicioso que no termina nunca”, concluye.