Guillermo Abel Gómez tenía 65 años. El 25 de febrero volvió de París; el 7 de marzo, murió por coronavirus en el hospital Argerich. Se convirtió en la primera víctima del COVID-19 en el país. Su fallecimiento aparece registrado en el informe diario sobre el virus del 9 de marzo, el cuarto parte desde que el Gobierno empezó a difundir los casos confirmados de la enfermedad: hasta entonces había 17 positivos. Desde el 7 de marzo, pasaron 38 días hasta alcanzar los primeros 100 muertos por el virus, más del doble de los que corrieron entre la víctima 100 y la jornada de hoy, cuando el parte matutino contabilizó 197 fallecimientos y nos acercamos a los 200. ¿Es un dato para alarmarse esa aceleración?
El sábado en su presentación para anunciar la nueva etapa de la cuarentena, uno de los ejes centrales de la exposición del presidente fue la tasa de duplicación. Alberto Fernández explicó que el 20 de marzo, cuando se dispuso el aislamiento obligatorio, la duplicación de los contagios se producía en 3,3 días, cifra que se extendió a 10,3 el 12 de abril, cuando se prorrogó la medida. Al 25 de abril, esa tasa es de 17,1, lo que demuestra que la famosa “curva” no se está disparando vertical sino que ese crecimiento toma una forma más amesetada. El parte matutino de este martes registró 4.003 casos confirmados.
La primera lectura que podría hacerse, viendo los números absolutos, es que pasaron 14 días desde el 14 de abril, cuando se confirmaron las primeras 100 víctimas, hasta el 28 de abril, cuando nos acercamos a la segunda centena (cifra que podría confirmarse en el parte vespertino, siguiendo la proyección de fallecimientos de los últimos días). Del 1 al 100 fueron 38 días.
“No hay que mirar sólo los números absolutos. Hay que evaluar qué porcentaje de fallecidos corresponde a los totales en cada período. Que hoy fallezcan 10 personas en un día es el 5%. Pero hace 14 días era el 10%”, advierte el infectólogo Javier Farina, miembro de la Sociedad Argentina de Infectología (SADI). Y elige explicarlo, como dice él, en “números grotescos” para que se entienda. “Si hoy tenemos 200 fallecidos y en un mes se mueren 100 más, es una velocidad de 100 casos pero una tasa del 33%. Si en vez de tener 200 tuviera un millón y en un mes se mueren 100, el número absoluto es el mismo pero la tasa es muy baja”.
Omar Sued, presidente de la Sociedad Argentina de Infectología, se refirió a la tasa de letalidad, que en nuestro país ronda el 4,5%. Ese dato, detalló, “nos ubica mejor o igual que la situación global. Mejor que Estados Unidos, que Italia, España, Francia e Inglaterra”, pero aclaró que “no es una cuestión de plata o de sistema de salud solamente. Hay cuestiones de epidemiología, de madurez de la epidemia, del momento en que se hacen los diagnósticos y la cantidad que se hacen. Hay muchísimos otros factores involucrados en entender cuánto es la tasa de letalidad real”.
Consultado ahora sobre esta evolución de la cantidad de fallecidos, el experto vuelve a destacar la importancia de este concepto: “Tenés que mirar la tasa de mortalidad, que se mantuvo siempre por debajo del 5%. Podés ver cómo en Alemania, por ejemplo, hace dos semanas decíamos que tenía la tasa de mortalidad más baja, y ahora tiene el 4%”.
Sued también se refiere a la evolución de la epidemia. “Es normal que los primeros casos se demoren más en llegar a los 100 porque la epidemia va madurando, lleva aproximadamente un mes que los individuos se compliquen y fallezcan, y por lo tanto ahora, después de los 100, estás viendo la mayoría de la gente que se infectó antes”, explica, y vuelve al ejemplo de Alemania: allí subió la tasa de letalidad “porque maduró la epidemia”.
La clave, en esa maduración, está en el concepto del principio: estirar la tasa de duplicación. “Se aplica la misma lógica, y si se retrasa la tasa de duplicación, también la cantidad de fallecimientos”, cierra Farina.